Fruticultura argentina: diez años en caída libre

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La producción de frutas en Argentina es una actividad en crisis. La situación enciende las alarmas de chacareros, industrias y exportadores que año a año ven achicarse los volúmenes de cosecha y los cargamentos de mercadería que salen hacia el exterior. Los motivos son múltiples: precios que no cubren costos de producción, frutas que se pudren en los árboles sin ser cosechadas por falta de mano de obra, escasa tecnología en los empaques, pérdida de mercados internacionales frente a nuevos competidores del hemisferio sur.

La inversión se achica y con ella la cantidad de hectáreas plantadas. Los hijos de productores abandonan el rubro ante la falta de perspectiva, dejando atrás un negocio de tradición familiar. En los números de las exportaciones se refleja parte de esta realidad: los datos señalan que desde 2008 se perdieron 750.000 toneladas de frutas exportadas, lo que representa cerca de un 50% del millón y medio de toneladas que alcanzó a enviar nuestro país al exterior.

En julio de 2019, cuatro instituciones frutícolas -de fuerte perfil exportador- conformaron el comité Frutas de Argentina, con el objetivo de plantear los principales problemas del sector a dirigentes del gobierno nacional. Federcitrus (cítricos), CAFI (peras y manzanas), ABC (arándanos) y CAPCI (cerezas) fueron las cuatro entidades que se reunieron para demostrar que, más allá de las particularidades de cada rubro, el problema de la fruticultura es estructural y requiere políticas públicas específicas para abordarlo.

“Nos juntamos porque teníamos las mismas problemáticas. Nos encontrábamos en ferias con otros representantes y hablábamos de las mismas cosas: problemas con la apertura de mercados, problemas de rentabilidad, problemas de costos laborales, problemas con tarifas eléctricas. Entonces nos preguntamos, ¿por qué no mostrar nuestra realidad? El objetivo era tener un poco más de voz, hacer un poco más de ruido frente a los diferentes organismos públicos”, dijo a InterNos Federico Bayá, titular del Comité Argentino de Arándanos (ABC).

Dos años después de su conformación -y pandemia mediante- Frutas de Argentina lanzó un muy completo informe sobre la fruticultura argentina, un estudio comparativo del período 2008 – 2009 versus el período 2018 – 2019. Fue elaborado por la consultora Top Info, especialista en el rubro, y coordinado por la ingeniera agrónoma Betina Ernst.

El trabajo ofrece un panorama de la actividad a nivel mundial (en producción, comercio y consumo) y luego se mete específicamente con el contexto argentino. Analiza en detalle la participación del sector en las exportaciones globales, la mano de obra ocupada por región, la inversión promedio por hectárea y el valor agregado por provincia.

Allí, entre todos esos números, aparece la caída del volumen producido y las exportaciones.

“La pérdida de volumen de Argentina ha sido sustituida por otros exportadores del hemisferio sur, que han crecido a expensas de la caída de nuestros envíos”, dijo a InterNos José Carbonell, presidente de Federcitrus.

Discursivamente, en Argentina la palabra “campo” remite a los pooles de siembra o a los grandes exportadores de grano. Pero en la práctica no hay un único campo. Y las Economías Regionales de nuestro país dan cuenta de ello, porque más allá de los problemas comunes, son diversas en sus tipos de productores, mercados o niveles de inversión, entre otras cosas. Está claro que la fruta no genera divisas como la soja, pero en el corto plazo puede resolver problemas estructurales como la falta de trabajo y la migración interna hacia las ciudades.

“El objetivo es, además de darle visibilidad a la reducción de la oferta argentina, mostrar que este sector puede ser un actor colaborativo en la creación de nuevas fuentes de trabajo a nivel regional”, dice Bayá.

Para eso, es necesario que el Estado revise el rol que las producciones locales -entre ellas, las frutícolas- pueden tener en el agro argentino.

“Cuando decidimos el armado de este informe lo primero que hicimos fue mandárselo a los ministros que están en función. Basterra, Kulfas, también al canciller Solá. Necesitamos dar a los productores y a los inversores un panorama de mediano plazo. Acá un presidente te pone retenciones, el otro las saca; uno te abre un mercado, el otro lo cierra. Estos son cultivos con una inversión a diez años, mínimo. Necesitas políticas públicas que den cierta estabilidad”, agrega Bayá.

El informe profundiza en el desarrollo de diversas frutas durante los últimos años. Se puede observar la caída en la producción y exportación de duraznos, peras y manzanas, al igual que en los principales cítricos como mandarina, naranja y pomelo (siendo el limón la excepción a la regla, ya que Argentina es el primer productor y segundo exportador de limones del mundo).

Algunos casos: las exportaciones de naranja pasaron de 863.000 a 650.000 toneladas; las de pera, de 723.333 a 550.000; las de manzana, de 819.300 a 535.000; las de mandarina, de 380.000 310.000; las de pomelo, de 243.700 a 122.300 y las de durazno, de 308.000 a 226.000.

Pero no todas fueron malas noticias para la fruticultura argentina de la última década. Algunas plantaciones como las cerezas o los arándanos, traccionadas por un buen valor internacional de la fruta y una sostenida demanda interna, han crecido de manera exponencial. Y además, tienen excelentes perspectivas a futuro. De cualquier manera, son fenómenos relativamente chicos en comparación con otros países latinoamericanos que han incrementado considerablemente su oferta en los mercados internacionales, como el caso de Chile y Perú.

“La pregunta que queremos plantear es por qué otros pueden y nosotros no. En el año 2008 exportábamos un millón y medio de toneladas. Hoy ese número cayó a la mitad, mientras que países como Perú o Sudáfrica crecieron de manera violenta. El mundo consume cada vez más frutas y Argentina está lejos de subirse a ese tren”, analiza Bayá.

Desde las cámaras frutícolas consideran que no están las bases para el desarrollo de una fruticultura como la demanda el mundo actual. Por eso, sus dirigentes insisten en impulsar un marco normativo que facilite la inversión privada, por ejemplo mediante la reducción de las cargas sociales, que en nuestro país alcanzan el 40% (mientras que en Perú, para la actividad frutícola, son del 4%) o una mejor política de acceso al crédito. Otro punto clave es el control de la inflación, que impacta en los costos laborales, energéticos, de logística y distribución. Aunque, por supuesto, la fruticultura lejos está de ser la única perjudicada en este sentido.

“Perú transformó 200 mil hectáreas de desierto en tierra cultivable. Hoy vas a esa zona, que está al norte del país, y hay cola para comprar una hectárea. Encontras el cultivo que se te ocurra: palta, cítricos, arándanos, uvas. Tienen listas a dos años si querés plantar arándanos”, dice Bayá.

No deja de ser una buena noticia que el sector invierta en estudiar en detalle cómo está la producción, comercialización e industrialización de la fruta en todo el país. Con números. Con estadísticas que permitan entender, además, el contexto internacional en el cuál está inserto nuestro país. Dimensionar qué fenómenos son mundiales y cuáles son específicamente locales o regionales, para actuar en consecuencia. Para tomar decisiones informadas que permitan un nuevo despegue de la actividad, como el que tuvo durante los primeros años del 2000.

Por eso la intención de los dirigentes es que el documento circule entre funcionarios de Agricultura y Cancillería en los próximos meses. Mientras tanto, algunos sectores trabajan por su cuenta para lograr avances más pequeños pero no por eso menos importantes. Tal es el caso de Federcitrus, que junto a otras entidades citrícolas del país exigen la aplicación de la Ley de Emergencia Citrícola que se aprobó para provincias productoras como Tucumán y Buenos Aires a fines del año pasado.

“Han pasado ya seis meses y no logramos que esa ley tenga su decreto reglamentario y sea aplicada. No es una ley que nos perdone nada, solamente difiere pagos de aportes patronales. En un país que no cuenta con financiamiento estas cosas pasan a ser relevantes, porque necesitamos conseguir prefinanciación de exportaciones”, concluye Carbonell.

“La fruticultura es una actividad dinámica. El mundo pide cambios en las variedades y nosotros no podemos quedarnos atrás”, había expresado hace dos años este mismo dirigente a InterNos. Ese sigue siendo el horizonte de todas las entidades que conforman Frutas de Argentina.